Una necesidad urgente en cualquier centro educativo es la Educación Emocional como parte de la prevención del acoso escolar. Cuando las personas tienen competencias o habilidades emocionales, sean niños o mayores, no serán indiferentes al maltrato que sufren otros, e intervendrán para proteger, entendiendo que hay secuelas graves en niños por maltrato emocional cuando otros hacen caso omiso. El “bullying” o el acoso escolar puede que sea una de las áreas más cruciales en las que la Educación Emocional debe hacer prevención. El acoso es el uso superior del poder, es el maltrato verbal, físico o psicológico. Conlleva la intención de dañar a otro niño, de manera repetida y sin causa. Se considera por la A.E.P.A.E. (Asociación Española Para la Prevención del Acoso Escolar) que, si ocurre tres veces, sí es acoso escolar. Si se produce una vez no lo es, y si se produce dos veces puede estar en proceso de llegar a serlo. Es cualquier forma de dañar que también incluye excluir a alguien del grupo y marginar. No es un juego entre niños en un colegio, y es algo muy serio que puede marcar a alguien el resto de su vida, pudiendo inducir al suicidio. Cualquier niño o joven puede ser víctima y cualquiera puede ser acosador; no hay un perfil específico, aunque se ha pensado esto anteriormente. En positivo, una escuela con un fuerte programa y plan de prevención de acoso también fomenta la educación emocional al fomentar el amor, la amabilidad, las habilidades sociales y el trato de respeto y empatía a los demás, además de proteger. Aumenta la asertividad y la autoestima, en la lucha contra este maltrato infantil. Ayuda a combatir el temor, la razón por la que otros no se levantan en defensa de la víctima. Dios trata el tema del temor; de hecho, en su palabra nos dice unas 365 veces que no temamos, instando a la valentía y a la protección de los necesitados. Según el “Departamento de Salud y Servicios Humanos” de Estados Unidos, los que observan el acoso son los que tienen la mejor oportunidad de pararlo, siendo proactivos y poniendo presión en dirección correcta. También la palabra de Dios manda la protección y ayuda al indefenso en Proverbios 24:11, culpabilizando al que hace “la vista gorda” e ignora al que necesita ser defendido. Apocalipsis 21:8 dice palabras muy fuertes sobre el cobarde, que nos debe llamar la atención. El Salmo 27:1 dice que Dios es nuestra luz y salvación, y que no hemos de temer a nadie. El acoso adolescente sigue siendo una de las mayores preocupaciones para alumnos y sus familias en la educación cristiana (Barna 2017). Según Paul T. Coughlin en su artículo “Bullying in Schools: Why It Matters More Than Ever” (3-agosto-2020), en el blog de ACSI, es la manera principal de abuso infantil, relacionándose con profundos problemas psicológicos y sociales, que incluyen depresión, absentismo escolar, agorafobia, puntajes más bajos en las pruebas, tiroteos escolares, ansiedad, suicidio y más. Es importante también para la prevención de la intolerancia, el racismo y el acoso sexual, siendo que este tipo de intimidación también está relacionada con estos hechos. Se debe a que el acosador o el “bully” debe primero justificar su agresión, convirtiendo a su víctima en alguien que está por debajo de él, así pudiendo decirse a sí mismo y a otros que su víctima merece ser dañado. Suele empezar con insultos despectivos. El espíritu de los niños y todo su bienestar emocional se puede ver roto a pedazos tan sólo por las palabras dañinas que oyen de otros, tanto en formas de racismo o cualquier desprecio, no solo en la escuela sino en cualquier entorno. La ansiedad que produce puede llevar a la ira, resentimiento y más rabia en un futuro en la vida. En el entorno de una escuela cristiana es esencial porque puede erosionar la visión que el niño tiene de Dios y de su amor, dañando su fe. Los niños que intimidan muestran un comportamiento prohibido por Dios: desdén y desprecio por los demás debido a diferencias reales o percibidas. Es un mito que típicamente los acosadores se motivan por la baja autoestima, según el autor mencionado, y aunque en algunas situaciones puede ser la causa, se ha demostrado que el acosador promedio se motiva por la arrogancia. Les provee de un “estatus” social entre sus compañeros cuando logran rebajar a otros también. La gestión negligente del acoso está en contra de la misión de una escuela cristiana que tiene la obligación moral de proporcionar un entorno seguro, libre de maltrato y enriquecedor en el que los estudiantes puedan aprender, crecer en la fe y convertirse en contribuyentes productivos y fieles a la sociedad. De la misma manera, una escuela con una formación fuerte en competencias emocionales (autoconocimiento, autorregulación, automotivación, empatía y habilidades sociales), puede proveer el entorno que potencia el cambio del niño o joven acosador, pudiendo recibir perdón, misericordia y corrección con amor, mediante una intervención restauradora, siendo a veces víctimas ellos mismos del sufrimiento y de la pobre gestión de sus emociones. Lena Esaú Philbrick. Licenciada en Biblia con cursos Música, Musicoterapia y psicología. Máster en Psicología Infanto-Juvenil, Máster en Intervención Psicopedagógica, y Máster en Neuroeducación y Optimización de Capacidades.
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